sábado, 7 de junio de 2008

Una entrevista para no perderse...

La revista Ñ habló con Leonardo Favio, luego de un tiempo sin aparecer el cineasta nos cuenta su nueva película. Aquí reproduzco parte de la entrevista para no perderse.



Un joven entusiasta de 70 años que camina apoyado en su bastón por su departamento del barrio de Balvanera, liberado de queja alguna. Cantante popular melódico en cuya discoteca conviven Sandro, Vivaldi y Beethoven. Alguien que creció lejos y pobre escuchando radioteatros de Chiappe, tangos y cumbias pero se consagró como cineasta de gran lirismo visual, capaz de hacer convivir lo sórdido y lo sublime, lo brutal y la estilización barroca. Realizador de películas con héroes pecadores que sangran, sudan, lloran y se orinan, entre Verdi y Los Wawanco, en contraste con otras de muchos pudorosos colegas locales. Un chico medio huérfano de Lujan de Cuyo adoptado por Perón y Torre Nilsson. Todo eso, y más, es Leonardo Favio. El regreso del director a la gran pantalla se producirá en junio con el estreno de su Aniceto, versión coreográfica de aquella película suya de 1967, con triángulo amoroso pueblerino entre Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner; inspirada en el cuento El cenizo de su hermano Zuhair Jury, la del título más largo de la historia del cine local: Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza... y unas pocas cosas más. Favio conversó con Ñ, aceptando que si bien su prioridad era referirse a su próximo estreno desde el mismo título de su nueva película el pasado lo asalta.
Aunque el espectador podrá conocer Aniceto sin haber visto la versión de 1967, para el creador ha sido un proceso en el cual su última película comenzó durante aquel rodaje. Así como este Favio que nos recibe en 2008 sería incomprensible sin explorar y reconocer en él al cantante melódico popular, al pícaro e intuitivo provinciano que se infiltró como un "intruso" en el cine de autor de los intelectuales de la "generación del 60", al peronista atravesado en mayor medida por los sentimientos de veneración a Perón, Evita y la mística justicialista que por la discusión doctrinaria o ideológica, y al director de cine capaz de arriesgarse en lo estético con mestizajes y excesos que son, precisamente, los que le dan su identidad como artista. Porque un encuentro con Favio no es chocar con una novedad, sino recorrer una historia y una leyenda. ¿Cómo y por qué vuelve Aniceto?
El proyecto comenzó a latir desde aquel rodaje, hace 40 años, cuando notaba que en los silencios de El romance... había una gran sinfonía, pero no sabía por dónde lo iba a resolver, eso no me sucedió con Crónica de un niño solo ni El dependiente. Hasta que en un cumpleaños de Niní Marshall, Lino Patalano me preguntó si no se me ocurrió hacer un ballet con el Aniceto. Comencé a trabajar con Verónica Muriel, Rodolfo Mórtola y el músico de Gatica, Iván Wyszogrod, en un guión teatral para montar un ballet. Yo veo óperas, conciertos y ballet en videos, y me apasioné en elegir pasos de los que no sé el nombre, pero sabía que tal movimiento era para determinada secuencia. Wyszogrod insistió en que debía ser una película. La filmamos en un hangar de Quilmes, con los actores y bailarines Hernán Piquín (Aniceto), Natalia Pelayo (Francisca) y Alejandra Baldoni (Lucía), es un film-ballet ambientado en la misma época del original, los años 60, pero será sorpresiva, mejor que se vayan preparando, que "se aten los cinturones".

¿Mantuvo ese rasgo de estilo que es su atrevida incorporación de lo naive y de las más precarias pero entrañables expresiones del arte popular, como lo circense, los artistas nómades o las representaciones teatrales que dejan en evidencia los dispositivos de sus magias?
En El romance... aparecía una "rascada" sobre un escenario en el que un angelito era izado con sogas a la vista, pero en Aniceto cumplí mi sueño de hacer una película como las de ese pionero de la fantasía cinematográfica que fue Georges Melies, y esta vez me permití volar en esa dirección. Nunca estuve tan feliz con una obra mía. Hay enormes telones con cielos pintados por personal del Teatro Colón. Muchos dividen su filmografía en una primera etapa como la trilogía en "carbonilla", blanco y negro, intimista y despojado (Crónica, El romance y El dependiente), y, por otro lado, las superproducciones de cine espectáculo, frescos y murales en vigorosos colores (Moreira, Nazareno Cruz, Soñar Soñar, Gatica). ¿Dónde se ubica Aniceto? Si bien vuelvo a un personaje anterior, con su gallo de riña y sus dos mujeres, esa tragedia a la que no parecen poder escapar, y también regreso a Luján de Cuyo donde me crié y que me visita en mis desvelos; se puede ver a Aniceto como algo intermedio o como una síntesis, ya que la considero mi película más completa, posee una estética más cercana a mis últimas películas con una historia y personajes de la primera etapa. Es la obra de mi madurez. Aquellos largos silencios con cantos de la naturaleza, aquí se convierten en un gran espectáculo sonoro y enorme juego de color, como si fueran cuadros para cada escena. Trabajamos mucho con el estilo plástico de las pinturas de Sorolla. A mí me hubiese gustado escribir música en mis guiones, siento que el travelling es como un adagio o un largo, y los allegros equivalen a planos más cortos y de perfil –nunca me gustó el plano y contrapalano–. Creo que mi puesta de cámara es más bien teatral, con personajes que entran y salen por los laterales, pero para eso es necesario cuidar la composición del cuadro". La mención del pintor valenciano post impresionista del siglo XIX, Joaquín Sorolla y Bastida, también admirador de El Greco y Velázquez, con sus vigorosos óleos sobre aguas, cielos y costumbres populares en espacios abiertos, donde las pinceladas buscan capturar los efectos de luz y diluir contornos; parece una inspiración pertinente al universo visual de Favio; su paleta ya fue visitada por el barroco latinoamericano en los cielos sangrantes o tormentosos de Moreira y Nazareno, por el kitsch y los dibujos de Divito en Gatica, por los claroscuros expresionistas y opresivos en El dependiente.

¿Cree que parte del éxito y la diferencia de su cine se debe a su elección de personajes pero también a formas y estéticas populares que buscan la emoción? Yo aprendí como cantante que mi obra no tiene que exceder los dos minutos sin un acontecimiento, sin que ocurra algo, como en el disco. Yo saqué eso del disco. ¿Cuánto dura una canción?, tres minutos, y si no ocurre nada en esos tres minutos perdiste. Eso lo llevé al cine. Me permitió manejar los tiempos aunque se trate de un oratorio o una pieza litúrgica. En cuanto a las obras ajenas no las discuto, soy un espectador detrás del vestigio de belleza que toda creación puede tener. En el cine argentino hubo distintas tendencias, todas respetables. David Kohon, por ejemplo, fue brillante y talentoso, pero tal vez no tuvo las facilidades; Martínez Suárez terminó siendo un gran maestro y con su nombramiento como director del Festival de Mar del Plata no sabía si compadecerlo o felicitarlo. Lo mío es un oficio en el que trato de escribir un guión factible, voy midiendo costos, calculando gastos y efectos. Yo vengo de una formación radioteatral, de cultura popular, de producción a lo gitano. Amaso todo eso para armar mi obra. No puedo contar lo que no conozco, Moreira era lo q escuchaba en el radioteatro, igual que Nazareno, Crónica es el mundo en el que viví.

¿Podemos esperar otra película de Favio después de Aniceto?
Y sí, El mantel de hule.
Favio deja flotando el supuesto título de su próximo filme, que se refiere a unas declaraciones suyas en las que se confesaba incapaz de contar cómo se ponía una mesa en alguna mansión de la avenida Figueroa Alcorta, pero que sí sabía narrar la mesa del mantel de hule. Sin embargo, es desde ese manejo visual suyo sobre lo físico que surge en su obra lo metafísico, asimismo remonta lo pueblerino a lo cósmico, convierte anécdotas de pobres diablos sin horizonte en tragedia corales de finales paroxísticos con desmesura surreal, para que los personajes, sin ser juzgados sino observados –con ternura aún en su abyección–, atraviesen su martirologio y crucifixión, de manera que sus agonías excedan el destino particular para emerger como paradigma del destino humano. Gracias a su mirada la naturaleza se convierte en paisaje, en decorado del "gran teatro del mundo". Por eso hace convivir a Chejov, Kafka y el folletín popular, los enanos, duendes, diablos tristes, y la muerte jugando al truco.